Una de las noticias que compitió con la incertidumbre de la posible degradación de los bonos del Gobierno de Puerto Rico por parte de las distintas agencias crediticias (hoy una realidad consumada) el pasado 31 de enero fue el funeral de un joven boxeador del Residencial Manuel A. Pérez en Río Piedras. Un joven de 23 años, Chrístopher “Perrito” Rivera, quien murió a manos de sicarios en la madrugada del domingo de esa semana en Santurce. La novedad de la noticia no fue necesariamente que velaban a una víctima del crimen en Puerto Rico, lo que se resaltó en los periódicos digitales y en los matutinos es que fue se veló de pie, fuera de la caja, en un cuadrilátero y con su uniforme de boxeador como mortaja.
Este ritual funerario no es el primero que se celebra en Puerto Rico. Para el 2008 Ángel Pantoja Medina, un joven de 24 años que murió a manos de sicarios, fue velado en el Residencial Quintana de Hato Rey “para’o” y luciendo varios objetos de lujos como una gorra de los New York Yankees, un “bling-bling” y unas gafas de diseñador color blanca. En el 2010 David Morales, otro joven de 22 años, fue asesinado por sicarios en Barrio Obrero y velado fuera del ataúd. Específicamente en una motora deportiva marca Honda. El embalsamamiento de estos cuerpos estuvo a cargo de la Funeraria Marín y generó debate en la Cámara de Representantes por implicaciones salubristas y de “decoro”. El velorio del “Perrito” fue en el centro comunal de Manuel A. Pérez, dónde era oriundo y muy querido por sus amigos y familiares. El lugar estaba ambientado como un gran teatro. Al momento de entrar al lugar, lo primero que llamaba la atención no era necesariamente el cuerpo, sino una gran pantalla ubicada en el centro de la tarima que proyectaba imágenes del joven boxeador compartiendo con sus familiares y amigos, así como sus peleas y conferencias de prensa. Otro elemento que se destacaba con las imágenes fue una selección de música cristiana, una canción escrita y cantada por sus familiares donde lamentaban su muerte y un corto video dónde Christopher cantaba en un karaoke una famosa canción de bachata. No empece al dolor que causó la pérdida de Christopher, al verlo cantar, los allí presentes también parecían celebrar con alegría la vida del joven boxeador. . En uno de los laterales de la tarima había una gran bandera de Puerto Rico y unos guantes de boxeo con la monostrellada en su diseño. En ese lugar, como si fuera el “ringside”, estaban algunos de los familiares del joven. La esposa y la cuñada de “Perrito” ocultaban su tristeza con unas grandes gafas oscuras, algo que no pudieron disimular algunos de sus sobrinos y otros niños que estaban en esa área. Al otro extremo estaba el pequeño cuadrilátero improvisado con unas cortinas rojas de fondo. En la esquina neutral estaba el cuerpo como si esperara el sonido de la campana para la pelea. A sus pies había una medalla de campeonato y en el centro del cuadrilátero. Allí estaba con su último uniforme de boxeador profesional como mortaja. Para las personas que pasaron a darle el último abrazo y el último beso, la dinámica era muy parecida a la de entrar al ring. En dónde se supone que estuviera el réferi, cirio blanco encendido. Esa vela, junto a la música cristiana y el letrero de la funeraria, fueron las únicas la pista de que se celebraba en el centro comunal un rito de pasaje. En las afueras del centro comunal había, de manera discreta, una pequeña celebración. Las cervezas holandesas de botella verde era sólo uno de esos elementos que se trataban de disimular a la puerta del funeral. Al ambiente tímido de fiesta se sumaban los comentarios de personas que daban gracias a Dios porque antes de morir, Perrito había aceptado el camino de la fe y que este joven no conocía la maldad. Una pequeña ola de aplausos se dio al momento de entrar el cuerpo, ya en el ataúd, en el coche fúnebre. Muchos de ellos portando en su cuerpo camisetas de distintos colores con citas y fotos que buscaban recortar a Christopher. Lidianette Carmona, esposa de “Perrito”, decidió velar a su esposo “para’o” y en un cuadrilátero a manera de homenaje al joven boxeador. Carmona entendió que este rito funerario era una manera fácil y menos dolorosa de despedirse de su esposo y de sobrepasar el dolor. En el mundo occidental, más preciso en el estadounidense y por consiguiente en el puertorriqueño, el rito funerario es un hecho social que ha pasado de una práctica religiosa y temida a una forma de restituir la vida. A esto apunta el historiador francés, Phillipe Aries, quien alude a que los “funeral homes” (funerarias) son el lugar donde los familiares y amigos van a despedirse en forma de turistas, en contraste a las antiguas peregrinaciones para dar el último adiós al fallecido. Aries señala que la tradición que hemos heredado de la modernidad estadounidense no celebra al muerto, sino la transformación del mismo a un “casi vivo”. Una idea de devolverle la vida para celebrarlo por última vez. La manera de velar al muerto de pie y con un aspecto de “vivo” no es necesariamente un asunto innovador en la cultura global occidental. Aries menciona en el libro La historia de muerte en occidente que en Francia se velaban a los reyes sentados en su trono con un gran banquete como una manera rechazo al luto y como un símbolo de que “el rey no muere”. En nuestro imaginario puertorriqueño tenemos el Baquiné. Como destaca Luis Álvarez, profesor de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, el Baquiné es una celebración de la muerte de un niño o angelito, que mezcla elementos cristianos y afro-descendientes y un festejo acompañado por rezos, música y bebida en el contexto del siglo XVII. Esta tradición desapareció por las políticas públicas implantadas en el siglo XIX pero perdura el recuerdo por la famosa pintura El Velorio de Francisco Oller. Estos ritos funerarios que han llamado la atención ante los medios de comunicación son una manifestación contemporánea de rechazo del luto. En casos de muertes violentas, es un símbolo de que el fenecido está de presente y que ha podido momentáneamente vencer la muerte. Es la última oportunidad que tiene la persona muerta de demostrar ante la sociedad y ante las personas sus logros y su capacidad de consumo en la medida que vivimos en una sociedad que legitima como ciudadano a las personas que tienen la capacidad económica de adquirir bienes de lujos. Estos ritos se dan en un contexto cruel y hostil en la medida que son jóvenes que mueren a manos de sicarios, elemento que algunos académicos vinculan a la existencia de una narco-cultura. Esta cultura adopta distintos ritos y gestos para resaltar las cualidades y la memoria de esa persona que se enviste con la noción de vida fuera del misticismo religioso. Estos ritos funerarios siguen la lógica de la canción Para’o, del cantautor panameño Rubén Blades, “Aunque me haya equivoca’o, / aunque me hayan señala’o, / yo sigo parao, /corriendo y de pie”.
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Luis Javier
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