Cuando era niño y vivía a tres kilómetros (siete minutos en distancia puertorriqueña) del segundo centro docente público del país, el Recinto Universitario de Mayagüez de la UPR, tenía mucho miedo de lo que se pudiera encontrar detrás de esas verjas y muros que eran elemento cotidiano de mi paisaje mayagüezano. A pesar de vivir tan cerca y ser el RUM parte de mis rutas obligadas para ir a mi escuela o al pueblo, el también llamado Colegio no era parte de mi vida y posiblemente de la gran mayoría de los mayagüezanos y mayagüezanas. Aun cuando el Colegio es uno de los mayores iconos de la ciudad, el mismo estaba vedado por una gran verja muy comparable con el Río Bravo que divide a Estados Unido de México.
Por muchos años me pregunté como eran esos edificios, esa biblioteca y esa vida universitaria que mi papá me contaba. Pasó mucho tiempo hasta que me llegó la admisión a este recinto, lo que sería ese pasaporte para cruzar la gran frontera que emancipaba la Universidad de la Ciudad de Mayagüez. Al cruzar el “Río Bravo” se me abrió un cielo que me reveló los históricos edificios y esa gran fuente de sabiduría de la cual el mundo entero hablaba con respeto y honor. Al pasar al interior de la verja pude conocer y ver desde otra óptica para fuera de esos muros. Una experiencia de la cual debo agradecer a mi familia y al pueblo puertorriqueño que mantiene esa universidad que en muchas ocasiones le veda la entrada. . Incluso centenares de personas que habían hecho parte de su vida en la UPR se habían convertido en exalumnos “errantes” o sin patria académica. Durante dos meses el gobierno nos hizo creer que la universidad permaneció cerrada. En una ocasión más los y las estudiantes, personas a las cuales por muchos años se les mantuvo alejada del recinto por las verjas politizadas, tomaron y administraron los portones. La única intención de este acto fue abrir la educación superior al pueblo. Gracias a esa huelga estudiantil inició la caída de esa cortina de hierro que dividía a Puerto Rico de la Universidad de Puerto Rico. La gente empezó a cuestionarse sobre que es la UPR y algunos dieron un paso más adelante y lograron entrar a ese lugar sitiado por verjas y políticas enajenantes hacia la educación pública Hoy queda entredicho por parte de la Administración Universitaria la existencia de los portones de la UPR. Consideran primordial la apertura de esos portones y su eventual eliminación. Ante este nuevo paradigma, como ex alumno de la UPR, debo admitir que me sigue dando miedo entrar a la UPR y ya no es la verja fronteriza. El nuevo miedo que me da la UPR es la nueva política de la educación pública, convertida en mercancía. El nuevo espectro de miedo que se posa sobre la UPR es la contradicción de la teoría y la “praxis” donde por un lado nos enseñan a ser seres pensantes, cuestionantes y sobre todo de gente de “ley y orden” y por otro nos cuestionan ser como nos han formado. Hay que recordar que para bien o para mal vivimos en una sociedad cobijada bajo el ala de los Estados Unidos y su Carta de Derecho nos invita en la Primera Enmienda a no coartar la libertad de expresión o de la prensa, o el derecho del pueblo para reunirse pacíficamente, y para solicitar al gobierno la reparación de agravios. Con una perspectiva de graduado de la UPR y con el deber que me invita la moral me toca proteger esa institución que me ayudó a crecer como puertorriqueño y como ser humano. Me toca denunciar que la verdadera verja que obstruye la entrada del pueblo a la UPR no es los tubitos de metal que forman la línea imaginaria entre la universidad y la ciudad, esa gran cortina de hierro que mantiene el cielo cerrado de la UPR es la mala concepción de la educación y el no entender que esto es un bien público para la construcción de una sociedad nueva.
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Luis Javier
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